21/5/07

por la mirilla

por la que nunca miro, por la que desfilan a diario mis vecinos, peculiares y particulares, como los de cualquiera.

Frente a mi puerta, un grupo de disminuidos psíquicos. No es un insulto, lo son. La fundación para la que trabajan les proporciona, a un módico precio, el piso que comparten durante cierto tiempo, hasta que se instalan por su cuenta o los ubican en otra vivienda. Es como un piso de estudiantes, repetidores insistentes en su caso, un erasmus psicodélico, toda la tuna viviendo junta, pero sin panderetas ni bandurrias. Siempre saludan, me caen bien, aunque con tanta rotación de gente nunca sabes distinguir quién vive allí de quién está de visita.

Sobre ellos, un subnormal. Esto si es un insulto. Bien entrada su tercera edad del pavo le ha dado por aprender a tocar bien fuerte la guitarra, la eléctrica claro, que se oye más. Y no contento con eso, se atreve a abrir la boca y emitir sonidos que rivalizan en volumen con el llanto de perro del averno que provoca con su instrumento. Toca fatal y canta peor, pero él pone voluntad e insistencia, para desgracia de todos los vecinos y la mitad del barrio.

Sobre mi techo, una pareja de origen aún desconocido para mí. Medio árabes, medio negros, medio mulatos, no sé. Eso sí, muy guapos, él y ella. Hasta hace bien poco intentaban batir el récord mundial de horas seguidas fornicando, al menos eso deduje yo. Supongo que lo consiguieron porque ya apenas entrenan. De premio les dieron una niña pequeñita que es la mar de guapa, como ellos, claro. No hablan mucho, pero siempe, siempre sonríen, es lo que tiene haber entrenado tanto.

Bajo mi suelo vivía el presidente de la escalera, el señor Aznar. Es verdad, en serio. A mi no me sorprende ya que pasé muchos años teniendo como presidente de la comunidad (de otra) a un tal Felipe Gonzalez. Por suerte ninguno de ellos se parecía físicamente a sus tocayos, los otros presidentes. Ya hubiera sido dedmasiado.

El señor Aznar era un buen hombre, sólo me inquietaba su fijación en que yo fuera su sucesor, y no le servía de excusa el que mi apellido no coincida con el de ningún presidente de país conocido.
La nada graciosa casualidad hizo que el señor Aznar muriera aquel triste once de marzo de hace ahora tres años.

Desde entonces, en un golpe de estado a nivel de comunidad, su esposa se autoproclamó presidenta. Y muy bien que lo hace. Es una mujer de carácter para la que hasta hace casi nada la culpa de todos los males de la escalera, el barrio y buena parte de la história mudial la tenían los moros.
Eso era antes, ahora, todo niño marroquí que nace en el edificio pasa a ser cangurado con cariño por ella mientras sus madres trabajan. Los críos están encantados y ella también. Una gran mujer.

Y así, bajando piso a piso van apareciendo más personajes de diferentes colores, tallas y modelos. A cual más pintoresco.
Siempre tengo azúcar y sal de más por si algún día la buscan tras mi puerta, desde el otro lado de la mirilla.



10/5/07

me parece haber visto...




Aunque llegó tarde, para variar, a la tormenta de besos, esperó a volver a ver su cara en la última nube.

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