1/7/06

Ninios!




Mi infancia fue bastante feliz, como la de la mayoría, supongo. Ni siquiera el hecho de recibir la inyección del tétano de manera continua durante años por los repetidos cortes, pinchazos y mordeduras de perros callejeros hicieron mella en mi ánimo de crio despreocupado por cualquier cosa que no fuera jugar.

Tampoco me traumatizó en absoluto pasar largas temporadas en el hospital y visitar con asiduidad los quirófanos. Mi currículo de fracturas óseas era comparable al de cualquier motorista de alta competición. Antes de cumplir los nueve añitos ya me había roto la nariz, el codo por tres partes y el fémur izquierdo, y no de una sola vez, no. Dejaba pasar un tiempo prudencial para romperme alguna nueva extremidad y de paso dar un respiro a las enfermeras.
Y no es que tuviera ningún problema de falta de calcio en los huesos ni nada de eso, todos los accidentes eran producto de la misma combinación: la fuerza de gravedad + la dureza del asfalto + total falta de miedo y sentido común por mi parte.

De pequeño no jugaba a los médicos, jugaba con los médicos.
No es de extrañar que cuando mis pobres padres vieron 'La Profecía' (la antigua), se pensaran que se trataba de una película de humor.

Y es que hay que tener más valor y coraje que un alpinista manco para ser padre/madre, ya lo cantaba aquel:
"nada ni nadie puede impedir que sufran
que las agujas avancen en el reloj
que decidan por ellos, que se equivoquen
que crezcan y que un dia nos digan adios..."

Seguro que lo haréis bien, igual de bien que ya lo están haciendo otros selváticos, pensad que nadie nace entrenado para esto.

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