23/2/10

I'm a poor lonesome cow-boy



Tengo una lavadora que más que moverse, cabalga.
Ya no es un electrodoméstico, es el caballo blanco de Terry sin rubia encima. Es Furia, Babieca, Rocinate, Jolly Jumper... todos ellos con tambor y centrifugado.
De ella, la ropa no solo sale limpia, también mareada. Junto al jabón y el suavizante se ha hecho indispensable poner una biodramina.

Los vecinos, alarmados por los seísmos que provocan mis coladas, no paraban de repetirme las bondades del lavado a mano y la importancia social del reciclaje de los viejos aparatos domésticos.
Les hice caso y al poco ya estaba buscando una nueva ocupación para ella.

Quise inscribirla para que desfilara en la cabalgata de reyes pero la rechazaron por temor a que dejara atrás al resto de carrozas.
Del ayuntamiento me llegó un aviso de que si la dejaba en la calle me cobrarían el impuesto de circulación, tarifa vehículo pesado de carga con gran cilindrada.

Ante tanto rechazo y conmovido por la triste mirada de su gran ojo, decidí quedármela y dejarla hacer lo que mejor sabía: trotar.

Es lo que tiene ser una persona que nunca ha tenido animales en casa, que le acabas tomando cariño a los electrodomésticos. Ellos saben reconocerlo, y el día que llegue la rebelión de las máquinas, que llegará, el día que vuestra sandwichera se convierta en un letal terminator dispuesto a planchar a la raza humana, ese día recordarán que yo los traté con cariño y casi fui uno de los suyos.

Y si no se acuerdan, siempre puedo darme a la fuga a lomos de mi lavadora.

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