
Las esquinas estaban tomadas por trapicheos de poca monta mientras en los bancos del paseo las piedras se fundían hasta oir las sirenas que acudían a sofocar otra bronca más.
Al anochecer.
Cuando ellas plantaban sus sillas en la acera siempre en el mismo orden de disposición, dispuestas a seguir la charla del día anterior sobre defunciones en el barrio o comparativas de medicamentos, poniendo firmes con sus comentarios a todo el lumpen nocturno que pasara frente a ellas. Derrochando respeto (hacia ellas) por las cuatro patas de sus sillas.
Las esquinas ya están casi libres y los bancos del paseo vacíos.
Las sillas recogidas hasta el próximo verano.
Ojalá vuelvan a estar todas.