16/11/09

Poltergays




En el silencio del amanecer, cuando las cosas deberían dormir, yo oigo voces en mi cama.

Me persiguen día si y día también a través de la almohada con la que tapo mis orejas con todas las fuerzas de que dispongo a esas horas. Están ahi sin mi permiso y fieles a su rutina horaria diaria sin vigilias ni festivos, entonando sus cánticos o mantras o karakias o rezos. Melodías de ultramuros que me desvelan antes y con más puntualidad que el despertador.

Tardé como tres minutos en descubrir que tales incordios matutinos venían de la pared de al lado, justo la lindante a la cabecera de mi cama. Tampoco fue demasiado difícil llegar a tal conclusión ya que desde esa pared ya había sufrido en mis carnes tempranas aberraciones tales como una radio despertador a volumen considerable y un perro salido del averno con un ladrido que parecía que te clavaran alfileres en lo oscuro de los ojos.

El ruiseñor de las mañanas en cuestión no es otro que un algo con apariencia humana que presume sin nadie pedírselo de inquietudes musicales y con buen despertar, tanto que lo hace entonando las peores canciones que os podáis imaginar de cualquier radiofórmula latina.
Y si lo hiciera bien aún tendría disculpa, pero todo su talento lo enfoca hacia la perfección de los gorgoritos en los coros con la pretensión (imagino yo a esa horas) de retar a Bustamante en duelo a muerte por afonía, el día que se lo encuentre.

Por si fuera poco el sonido de su campanilla fresca con el rocío matutino, acompaña la melodía con poco sutiles carreras de pasos cortos de pies calzados con bastos tacones del material más sonoro del mundo. Carreras de fondo y resistencia supongo, porque haciendo los cálculos a vista, me sale que en cada uno de sus taconeos infinitos podría llegar no al pueblo de la lado, al siguiente del siguiente y volver.

Varias veces he pensado decirle algo feo al respecto sobre su voz, algo que lo deje mudo, al menos por las mañanas, cuando me lo cruzo por la calle, pero como mide casi dos veces el doble que yo me pongo transigente conmigo mismo y la cosa no pasa de ahí. Y eso que lo más que me puedo llevar es un bolsazo o un estirón de pelo.

Así que en breve me volveré a despertar sobrecogido por cánticos que turben mis sueños para acompañarme a conocer el nuevo día.

Lo peor de todo es que el pobre chaval no es nada malo comparado con su padre... pero esa es otra pesadilla... más sobrenatural si cabe... más aún si se escucha...

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