30/5/12

ceguera


Siendo adolescente, se me ponía la piel de gallina en pepitoria cada vez que aquella chica del instituto se me acercaba a escasos tres dedos de la cara cada vez que hablábamos.
Hasta que descubrí que, coqueta ella, se negaba a llevar gafas por muy grande que fuese su miopía, que lo era.

La moraleja era obvia: no es más ciego el que no ve, si no el que no ve al ciego.
En mi caso, a la ciega.

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