Cuando los oigo se me pone cara de morder limones.
Ese derroche expulsando aire a la hora de entonar la consonante silbatiba me produce la misma sensación que arañar una pizarra con un vidrio roto o escuchar una gaita. Palabras como "sexagésima", "sissi" o "sasafrás" salidas de sus bocas son alfileres que se clavan en mis oídos.
Y parece que al resto de la gente no le afecte, lo que me hace sentir como un perro cuando escucha un ultrasonido.
Igual es el último vestigio de lo que, sospecho, fuí en una vida anterior.
