2/8/11
El fantasma de las vacaciones pasadas
Cada año por estas fechas y antes de dormir, en las noches previas a un nuevo viaje, me asaltan los recuerdos de lo vivido en anteriores peripecias estivales.
Recuerdo una carretera estrecha en línea recta que se hizo interminable por culpa del feroz viento de costado, empeñado en empujarnos hacia los cardos de la cuneta a nosotros y a la minipimer con ruedas alquilada que nos transportaba, que nos llevaba a la escondida cala que nos recomendaron la noche anterior sin muchas señas y con demasiadas cervezas.
Llegamos, si. Y valió la pena la lucha contra el viento, la cuneta y los cardos.
Y fue allí, resarcidos de sol, orilla y corales que sin saber como, entablamos conversación con un viejo marino nativo, que desde una mesa de la pequeña taberna familiar del lugar velaba por que a sus nietos no les mordiera un tiburón o les cantara una sirena.
Nos invitó a cervezas hasta decir basta. Nos contó las intimidades de la isla que no te cuentan las guías. Nos propuso salir en su barca al día siguiente, con sus nietos, en busca de la cala solitaria.
Nos fuimos en la minipimer desafiando al viento, la cuneta y los cardos, con la seguridad de que no volveríamos a verlo ni a aceptar su invitación por culpa de la falta de tiempo y el mal estado de la mar (esas olas nos habrían arrastrado hacia la cuneta, ¡hacia los cardos!). Con la envidia de esos niños disfrutando de un abuelo mitad Chanquete, mitad Popeye, mitad Long John Silver. Pero alegres por el día que habíamos vivido.
Estos días me acuerdo de todo esto, pero soy incapaz de recordar el nombre de la pequeña cala, el nombre de la taberna y menos aún el nombre del señor marino ni el de sus nietos.
Pero me acuerdo perfectamente de como se llega, sin caer en la cuneta ni en los cardos. Y seguro que allí está él, en la misma mesa, con una nueva cerveza que compartir.
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3 comentarios:
Nos miraron.
Les miramos.
Nos siguieron mirando porque hablábamos raro (¡pues anda que ellos..!).
Devoraron su soulaki y nosotros nuestros kalamarákia (que no kalamarakía...). Creo que en un momento dado, el bigotazo del viejo marinero y sus vivos ojillos azules nos sonrieron y brindaron alzando la cerveza pero sin mediar palabra. Entonces le pidió a su nieta que nos preguntara en inglés de qué país exótico éramos. Y ella lo hizo; o lo hizo él... no me acuerdo.
El resto es historia.
Pero de las buenas. De las que se instalan en un rincón de la memoria sin que importen detalles tan insignificantes como el nombre de las cosas.
...aunque él se llamara Iannis, su nieto también, y la nieta, Maria. Mitad griegos, mitad búlgaros, y reguapos.
Y empeñados en no querer salir en las fotos. Ni aún siendo sobornados con un buen trago de cerveza a esa hora de la tarde, y a40 grados a la sombra. A la sombra de los pinos, por supuesto.
Me da a mí que Irma se hubiera churruscado viva; tan blanquita ella.
:)
Y... pienso yo, pensando en ese abuelo... ¿cuántas mitades puede tener alguien??? ¿Tantas como tatuajes??
Gran historia! Espero que tus vacaciones presentes y futuras sean como mínimo así de interesantes!!!
Un abrazo,
Por fin vuelvo a la Selva! a estas alturas estareis por algún rincón perdido del world? Muy chula la la historia del viejo marinero. Eso si que pinta más un viaje que no los que te trazan los guías turísticos.
Saludos desde la otra selva!
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